Fiedler
considera el liderazgo como un hecho subjetivo que estructura el poder de un
grupo. Esta unidad estructurada se realiza por medio de una constelación de
relaciones entre el líder y los restantes miembros del grupo. Este líder debe
tener como características principales la satisfacción de necesidades de su
grupo, la seguridad y la tendencia a la unidad.
(Longo, 2008)
(Longo, 2008)
El movimiento de investigación sobre liderazgo en instituciones
educativas tuvo sus inicios a principios del siglo XX bajo la influencia del
positivismo. Desde entonces, liderazgo y gestión han estado íntimamente
relacionados. Leithwood y Duke (1999) han identificado seis aproximaciones al
liderazgo escolar en la literatura sobre gestión educativa (Riveros, 2012)
El liderazgo distribuido quiere
decir que la realización de las tareas propias del liderazgo se extiende a
muchas más personas que se ven impulsadas a liderar al mismo tiempo que
realizan sus actividades profesionales ordinarias.
(Longo, 2008).
(Longo, 2008).
La clasificación de estilos de
liderazgo más clásica proviene de los estudios de Lewin y colaboradores (Lewin
y Lippit, 1938; Lewin, Lippit y White, 1939). Estos autores distinguen entre:
Estilo autoritario o autocrático: el
líder generalmente es designado por alguna autoridad, aunque también puede
haber sido elegido por el grupo. Es un estilo de liderazgo basado en la
dominación de una sola persona o en el grupo, que ejerce un alto grado de
control sobre este. El líder toma las decisiones de forma unilateral, en nombre
del grupo. Actúa como jefe, determina el modo de proceder del grupo y ejerce la
autoridad por sí solo. El líder autocrático considera legítimas las diferencias
de estatus y de poder. A la vez que es exigente y directivo, y que asume una
actitud de autoridad y control hacia los individuos menos poderosos, su actitud
es de conformidad con las normas y de subordinación y sumisión ante aquellos
individuos de mayor estatus que él.
Estilo permisivo o liberal: se trata
de un liderazgo pasivo en el que el líder no participa en las actividades sino
que “deja hacer”, dando al grupo plena libertad para tomar decisiones. Con este
tipo de liderazgo no se dan indicaciones u orientaciones a los miembros. No
existe una coordinación y hay falta de objetivos, de planificación y de
organización, resultando prácticamente imposible mantener una dirección común.
Se basa más en el individualismo, en acciones e iniciativas más individuales y
espontáneas. Finalmente nadie decide, la apatía y el desinterés suelen aparecer
y, por tanto, el grupo termina por desintegrarse.
Estilo democrático o participativo:
el liderazgo es compartido, el poder de decisión está repartido y basado
fundamentalmente en el consenso. El líder
democrático permite al grupo avanzar y proponer con libertad los
planteamientos generales. Recoge las diferentes aportaciones y valora las
sugerencias, sugiere procedimientos y estrategias alternativas. Su labor va mas
encaminada a coordinar, motivar, impulsar la participación, facilitar la
comunicación, promover la integración y potenciar la cooperación. Para ello se
fomenta un clima de libertad, de respeto y de espontaneidad. Todos los miembros
están implicados, participan y trabajan juntos para alcanzar objetivos o
resolver problemas comunes. Se logra una elevada cohesión y se favorece tanto
el desarrollo grupal como el individual. A través de la intervención en el
grupo se potencia la calidad de las relaciones interpersonales, el crecimiento
individual y el desarrollo personal.
Estilo paternalista: basado en la
protección y el amparo del líder protector, que se considera obligado a tomar
decisiones en nombre del grupo para bien de éste. Ejerce el papel de “padre”
del grupo, ocupando una posición central, asesorando, escuchando, supervisando
y tratando a cada miembro del grupo de forma personalizada. Suele ser
conciliador. Su conducta es cordial, amable y sutil, evitando las discusiones y
atendiendo siempre las necesidades de su equipo. El exceso de protección puede
acabar por debilitar las posibilidades de desarrollo de cada miembro como
individuo. No delega ni facilita que su grupo aprenda de los errores. El líder
paternalista también tiene poder para castigar, por lo que a veces se puede
producir un cierto solapamiento con el estilo autoritario.
Lo más común es pensar que el liderazgo se
ejerce o se practica, no que se transfiere. Sin embargo, si un líder ejerce su
influencia de manera monopolística, minimiza su impacto en la organización y,
por consiguiente, deja una parte de su tarea por realizar.
El liderazgo distribuido facilita a todos realizar el
trabajo de forma más eficiente y destacada; con él se fortalece a individuos ya
destacados (Murillo, 2006).
La transferencia de liderazgo se
parece más a un proceso compartido y controlado de desarrollo humano y
profesional, practicado entre dos personas en el cual la dimensión pedagógica
es inseparable de la renuncia a una parte significativa de control. Eso sí, no
estamos ante un abandono irresponsable. La supervisión del qué y el cómo
aparece sustituida por una conversación recurrente entre ambos cerca de los
objetivos comunes, el sentido de lo que hacen, las metas comunes y los valores
subyacentes. Es una conversación guiada por la “empatía dura” que recomienda al
directivo Gofee y Evans (2000,27).
Cuando el liderazgo se distribuye
como una propiedad en la escuela, su práctica se evidencia en las interacciones
de los sujetos y los grupos. Esto se puede ver con mayor claridad en los tipos
de interacción que Spillane (2006) identifica: colaborativa, colectiva y
coordinada.
La distribución colaborativa es
aquella interacción en la que dos o más individuos trabajan al mismo tiempo y
en el mismo lugar para ejecutar la misma acción de liderazgo. La práctica se
desarrolla en equipo y la tarea es la misma. La
distribución colectiva se da cuando los líderes trabajan de manera
interdependiente en lugares y momentos diferentes, de tal manera que las tareas
de una persona o grupo complementan las tareas de otras y la suma de todas
genera una práctica de liderazgo.
La distribución coordinada surge
cuando la práctica del liderazgo requiere acciones secuenciales. Como en una
carrera de relevos, la actuación coordinada requiere que los miembros del
equipo trabajen de manera secuencial para alcanzar la meta.
(Hernández, Santo, González,
S.f.)
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